Desde el siglo XVI, piratas de diversas naciones enarbolando la bandera negra con la calavera y las tibias cruzadas, robaban las ricas mercancías que los barcos dedicados al comercio transportaban entre América y Europa.
Dos siglos más tarde, el florecimiento del comercio daría lugar a la piratería organizada, en la que los buques se desvalijaban como actividad lucrativa; por ello, los corsarios poseían un permiso -Patente de Corso- con el que podían interceptar, saquear y destruir a los barcos enemigos, entregando los prisioneros al Gobernador del primer puerto que tocaran, pudiendo quedarse con el barco apresado y su mercancía; además, recibían una gratificación por los cañones que tuviese el barco, el número de prisioneros, etc.
El corsario tinerfeño AmaroSeguir leyendo